
¡Cuidado, múrlocs!
Era un hermoso día. El cielo estaba prácticamente cubierto de nubes, pero es que los días nublados me ponen melancólicos y me gustan. Anuncian la llegada de la lluvia, tan vital, tan necesaria para la Naturaleza. La verdadera fuente de vida.
Tan ensimismado me encontraba observando al cielo mientras caminaba por el Parque en dirección a la Sede, que casi no me di cuenta de la presencia de Bedwyr en la puerta. Ambos entramos, y mientras cada uno se dedicaba a sus cosas, yo no podía dejar de pensar en ello.
Bedwyr también parecía algo nerviosa e inquieta, pero no parecía tener ganas de hablar, por lo que preferí no atosigarla con preguntas.
Al poco tiempo, Ryanne, Dandra y Mandrake entraron en la Sede, para saber si había alguna misión para ellos. Ya llevaban varios días, por lo menos desde el viaje a Terrallende, que no hacían nada. Estaban deseosos de aventuras.
Sin embargo, no les presté demasiada atención. Mi mente bullía pensando en algo que me reconcomía.
Más tarde hizo aparición Reenn, nuestro más reciente Hermano. Algunos Hermanos como Dandra no le conocían aún, así que pasaron a las presentaciones. Le pregunté a Reenn cómo se iba adaptando a la Hermandad, a lo que me contestó de forma escueta que aún no conocía a todos, lo que le resultaba un tanto difícil.
Entonces por fin di con la clave. Pedí a todos los Hermanos que se sentasen conmigo en la mesa, les iba a encomendar una misión.
Les conté lo que no podía quitarme de la cabeza. Resulta que durante el viaje de mis Hermanos a Terrallende en el que yo tuve que quedarme en rehabilitación por mis heridas, me dediqué a repasar mis conocimientos sobre sanación druídica, estudiando varios tomos y practicando conmigo mismo; de ahí mi pronta recuperación.
En dichos tomos leí que existe una variedad de plantas que crecen únicamente en el fondo de los lagos habitados por múrlocs, ya que sus deposiciones sirven como abono natural para favorecer el crecimiento de estas plantas subacuáticas. Estas plantas, secadas al sol, si son ingeridas, proporcionan una serie de propiedades al cuerpo que facilitan y agilizan la canalización de hechizos naturales sanadores. Y yo no podía quitarme de enmedio esa idea, quería probar de primera mano la eficacia de esas hierbas.
Por eso, aproveché la situación y pedí a mis Hermanos que me acompañasen a buscar esas plantas, pues al final saldría de dudas y Reenn podría aprovechar esta actividad para trabajar en conjunto con el resto de Hermanos y así conocerlos mejor.
Sin rechistar todos prepararon sus armaduras al instante, y tomaron sus monturas en la puerta de la Sede. Nos trasladaríamos hasta el Lago del Hito, en la ladera este del Bosque de Elwynn.


Saliendo de Ventormenta comprobé complacido que comenzaba a llover. A pesar de las quejas de mis Hermanos, yo estaba encantado, pues sabía que la lluvia aceleraba muchísimo el crecimiento de estas plantas.
Tras un buen rato de viaje, llegamos al lago. La última vez que pasé por el no era muy profundo, de hecho el agua llegaba hasta las rodillas solamente. Sin embargo me quedé de piedra al ver cómo se había puesto ahora el lago con las lluvias de los últimos meses... Ahora era muy hondo.
Así las cosas, yo debería sumergirme en el fondo del lago y buscar. Para eso usé mi forma acuática que me permitía respirar bajo el agua y moverme con mucha mayor facilidad, ventajas de ser druida. Sin embargo había muchas cabañas de múrlocs salvajes en la orilla que seguramente no esperaban visitas, y yo no podría defenderme de sus ataques en ese estado... Así que Dandra, Reenn, Mandrake, Bedwyr y Ryanne se encargarían de distraerlos mientras yo me dedicaba a la búsqueda de las milagrosas plantas.

Mis Hermanos se quedaron en la orilla, ya que sus pesadas armaduras les impedían sumergirse en el agua y moverse con soltura, así que me seguían por la orilla. Al llegar al pequeño poblado múrloc, estos comenzaron a rugir y a mostrar sus dientes, con el fin de intimidar.

Me zambullí en el agua y comencé a buscar por el fondo, de manera que pasé desapercibido. No fue la misma suerte que corrieron los demás, que se vieron de repente rodeados de múrlocs salvajes que empuñaban lanzas viejas, espadas oxidadas, palos y piedras. Así que tuvo lugar una cruenta batalla en las orillas del lago.


Los múrlocs eran muchos y atacaban desde todos los frentes, pero el Cónclave de Piedra es el Cónclave de Piedra. Los múrlocs caían a docenas bajo los rápidos y mortales ataques de mis Hermanos, que se mantuvieron juntos y apoyándose mutuamente en todo momento.
Yo, mientras tanto, aprovechando la confusión que había en la orilla, busqué y busqué por el fondo, y ni siquiera utilizando el desarrollado olfato subacuático de mi forma acuática logré dar con las plantas que buscaba, así que llegué a una conclusión.

Salí del agua cuando el resto ya estaba acabando con los últimos múrlocs y ya estaba toda la zona despejada. Pensé que seguramente los múrlocs usaban estas plantas, mezcladas con barro, como material para construir los tejados de sus pequeñas cabañas, así que seguramente las encontraría en el pequeño poblado múrloc.
De hecho, tras echar un rápido vistazo a las cabañas, descubrimos un enorme cofre repleto de estas hierbas. Cogí un buen puñado, me llené los bolsillos y nos fuimos de aquel lugar antes de que apareciesen más múrlocs.

Regresamos a la Sede con la misión cumplida. Dejé las hierbas en la mesa cerca de la chimenea para ponerlas a secar. Por fin podría comprobar si eran tan eficaces como había leído.
Agradecí a mis Hermanos la ayuda prestada y me di cuenta de que... con ellos, hasta algo tan simple como buscar unas hierbas se convertía en una gran aventura.
Por: Alarik Vientolunar