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Un golpe de justicia en Corona de Hielo

Un nuevo libro aparece en una de las estanterías de la sede del Cónclave de Piedra. Con tapa de color azul y bajo el nombre de "Un golpe de justicia en Corona de Hielo", los miembros del Cónclave sienten curiosidad por el contenido del libro pues está firmado por Madarame Tuercaseca.

Mientras los nuevos consejeros explicaban a los nuevos miembros su misión, yo me preparaba y me concentraba. Iba a dirigir a cinco hermanos a una misión prácticamente suicida, ¡pero qué demonios, son ellos los que se habían ofrecido a venir! No, eso digo ahora, en ese momento estaba asustado. La presión que tenía era tan grande como cuando un kodo decidió sentarse encima de mí mientras dormía la siesta en una misión en los Baldíos (¡qué tiempos aquellos!).

 

Cuando terminaron de explicarles el plan a los aprendices, procedí a explicarles mi plan. Era sencillo, perfecto y, cómo no iba a ser de otra manera, peligroso a más no poder. Rasganorte, el Culto de los Malditos, muertos y más muertos, ¿Cómo no iba a ser peligroso? Contestadas las dudas nos pusimos en marcha.

Toda historia empieza con el final de otra, y esta no iba a ser diferente. Todo comenzó hace varios meses, demasiados dirán algunos y pocos dirán otros. Un servidor se infiltró en el Culto de los Malditos, una orden que huele a muerto (literalmente hablando), para desbaratar sus planes. ¡Maldita la hora en que acepté esta misión!

 

¡Maldito el Kirin Tor y maldito Vothrel Blake por convencerme! Estaréis pensando que maldigo la misión y a sus causantes porque fracasé y salió mal la misión, ¡pero no! ¿Cómo fracasar si mis hermanos del conclave de piedra están a mi lado? No, no, no, el cónclave de piedra nunca falla, y esta ocasión no iba a ser la primera. 

 

Echamos por tierra los planes del Culto de los Malditos y salvamos la ciudad de Ventormenta y toda Azeroth de una plaga y muerte segura. ¡Bien! ¡Viva! No, nadie se enteró, como es habitual en nuestras hazañas, y ni las gracias recibimos. Para rematar, una terrible e inesperada noticia llegó desde Rasganorte. Mi pequeña y preciosa esposa, Pah, había sido brutalmente asesinada por el Culto de los Malditos.

 

¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué ella? Estas preguntas me venían una y otra vez a la mente. Durante los primeros días no podía pensar en otra cosa que no fuera en Pah, sus coletitas verdes y los bastardos que la habían asesinado. El bullicio de la ciudad, las preguntas constantes sobre cómo me encontraba y los recuerdos que me venían a la cabeza empezaban a volverme loco (más de lo que estaba ya), así que me puse a caminar.

 

¡La peor idea que he tenido en años! ¡Caminar! ¡Con lo aburrido que es! En fin… caminé y caminé sin rumbo alguno hasta llegar a una granja abandonada que olía peor que un orco (¡imaginaos cómo debía de oler!) y allí algo cambió. Aquella noche entendí una cosa. No podía estar así, no podía desperdiciar los años que me quedaban de vida, y lo más importante, Pah se merecía justicia.

 

A la mañana siguiente comencé a entrenar. Entrenar, entrenar y entrenar. Era lo único que hacía y pensaba. No descansaba, no dormía, a veces ni comía y todo por ella. Semana tras semana mi poder aumentaba hasta que un día no pude más. Caí inconsciente al suelo y dormí durante cinco días. Al despertar estaba quemado y olía peor que la granja, sin embargo me sentía con fuerzas, preparado para afrontar este nuevo reto. 

 

Viajé hasta el punto más alto de Rasganorte, a Corona de Hielo. ¿Por qué allí? Durante el tiempo que estuve infiltrado en el Culto de los Malditos, pude averiguar que su base principal y sus líderes estaban allí. En Dalaran, alquilé un helicóptero turboalimentado (otra brillante idea…) que a mitad de camino, y a causa del temporal, se paró porque un engranaje del motor se había partido por la mitad. Caía a gran velocidad hacia el cada vez más cercano suelo, cogí el muñeco hula-hula y salté del helicóptero antes de que se estrellara. 

 

Aterricé, si a aquello se le puede llamar aterrizar, a los pies de un sistema de montañas. A un lado tenía una meseta helada repleta de muertos vivientes que habían visto la explosión del helicóptero y se acercaban lentamente hacia mi posición, y a la otra, una montaña helada, cómo no, a la que no se le veía la cima y cuyas verticales paredes no ayudaban a escalar. Decidí escalar la montaña (qué remedio). No fue tarea fácil, pero a través de las montañas llegué a la base del Culto de los Malditos.

 

Allí, me escondí entre unas piedras durante días a observar la base. Cada varios días capturaba a un miembro del Culto que se quedaba rezagado de su grupo. Humillé, maté y torturé a bastantes miembros del Culto para obtener la información que necesitaba. Me alimentaba de pan y agua mágica y me mantenía en calor usando mi magia. Cuando tuve lo que quería, estudié la zona y elaboré un plan, y muy a mi pesar no podía hacerlo solo. Era hora de volver a Ventormenta y ver a los que eran mis Hermanos. Al intentar salir de aquella odiosa montaña encontré una ruta oculta que conducía desde la base del Culto hasta el Coliseo Argenta. Y menos mal que la encontré, porque no tenía ni idea de cómo salir de allí.

 

Ventormenta, tan transitada y visitada como siempre. Por fin estaba en la ciudad y volvería a ver a los miembros del Conclave de Piedra. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando al entrar en la sede unos miembros recién llegados me llamaron viejo loco e intentaron meterme en un barril! Tras intentar no quemarles el culo y ponerles cola de cerdo, fui haciendo más enemistades entre los miembros más recientes, una pequeña gnoma metementodo la cual había puesto un sistema de defensa que en caso de utilizarse destruiría la sede. ¿Dónde estaban los Consejeros? ¿No había nadie que pusiera orden? Tras varios días discutiendo y aumentando el odio de los nuevos miembros hacia mi encantadora presencia apareció Elliam. Tan guapa como siempre corrió a abrazarme, sin embargo por mi parte solo se llevó broncas (no fui muy educado… la montaña, ya sabéis…cambia a la gente…). Elliam se sorprendió al escuchar lo que le contaba y me aseguró que desconocía todo lo que le decía de los miembros.

 

Tras hablar con Elliam de diversos asuntos que no vienen a cuento, le conté lo que tenía pensado hacer. Lo haría con o sin ellos aunque me costara la muerte. No tardaron en unirse Sarena y Kyanus a la conversación, los cuales, junto a Elliam, estaban convencidos de acompañarme en esta misión. No fue fácil explicarles los riesgos y la posibilidad que existía de no volver, ya que posiblemente era la misión más peligrosa a la que nos habíamos enfrentado. Después de explicarles brevemente el plan decidimos hablarlo al día siguiente con Alarik Vientolunar y marchar hacia las frías y traicioneras tierras de Rasganorte.

 

No recibió muy bien la noticia Alarik al día siguiente, y con razón, me llevaba a los mejores miembros a lo que sonaba como una misión sin billete de vuelta. Por suerte para mí, Elliam, Kyanus, Sarena, Yusaso y Thierry estaban decididos a acompañarme, ya fuera por ser quien soy o simplemente porque no tenían nada mejor que hacer.

Una vez en él, nos presentamos ante el Capitán de la nave, que inmediatamente puso rumbo a la zona de salto. ¡Correcto! Entraríamos en Aldur’thar, la sede del Culto de los Malditos, desde arriba. Era la única forma de entrar sin ser vistos. Utilizando la magia de Sarena y mía aterrizaríamos, en teoría, sin problemas dentro de la base. Nos preparamos y concienciamos para ese pequeño gran salto y cuando estuvimos en posición di la orden de saltar.
 

En el camino al segundo objetivo, nos desviamos un poco para liberar a unos presos que tenían encerrados en unas jaulas, no sé si fue lo más inteligente ya que no tenían muchas posibilidades de salir con vida de esa fortaleza, y menos aún de atravesar la meseta helada de Corona de Hielo sin morir antes de llegar a un campamento seguro, pero supongo que mejor intentarlo que morir encerrado. Si por una casualidad el lector es uno de esos presos, de nada, fue un placer liberaros.

Salimos de la Sede y creé un portal a Dalaran, esa ciudad flotante llena de viejos rechonchos miembros del Kirin Tor, que lo único que saben es hablar y lanzar hechizos de color rosa. No estuvimos más de diez minutos allí, gracias los dioses de quien lea esto, puesto que cogimos unas monturas que alquilamos y nos dirigimos rápidamente al bombardero de la Alianza.

No tardamos en eliminar al segundo objetivo y ponernos en camino del tercero. Sin embargo, un nigromante del Culto se interponía entre nosotros y el camino al bastardo que quedaba por eliminar. No obstante, el nigromante orco, que olía a pis de caballo, fue superado por Yusaso de la misma manera que Elliam es superada por su adicción a comprar vestidos caros (pobre el que se case con ella).

Continuamos eliminando y matando a todo aquel que se ponía en nuestro camino hasta llegar al último de los $%&!”•ç´ que dio la orden de matar a mi querida Pah. Usando el poder que había adquirido en las semanas de entrenamiento maté fríamente a aquel repugnante ser. Después de esto, nos tocó salir corriendo de aquella fortaleza utilizando el sendero que daba al Coliseo Argenta. Otra caminata por la nieve y las montañas, y con un frío que se metía hasta los huesos.

Madarame Tuercaseca

¡Un desastre! Los únicos que cayeron en el punto exacto fueron Sarena, Elliam y Thierry. Yo aterricé a escasos metro de ellos, entre dos guardias del Culto a los que quemé hasta que no quedó nada de ellos. Yusaso algo más lejos, pero al cabo de unos minutos se reunió con nosotros, y el azulado y tripón Kyanus tuvo un aterrizaje más violento. Tuvo la suerte de caer fuera de la fortaleza en una meseta helada, y sí, aquella meseta helada llena de muertos vivientes. Por suerte para él, su habilidad en el combate le evitó morir allí y conseguir subir hasta la fortaleza y reunirse con nosotros.

Mientras el gordinflón de Kyanus tenía su propia aventura, nosotros teníamos la nuestra. Teníamos tres objetivos y eliminamos a uno de ellos antes de que Kyanus consiguiera reunirse con nosotros.

Por fin llegamos al Coliseo Argenta, por fin estábamos a salvo, y por fin se había hecho justicia. Descansamos y pasamos la noche en el campamento, no teníamos cuerpo ni energías para volver a Ventormenta.

A la mañana siguiente volvimos a la Sede, volvimos a nuestras vidas normales, a la rutina. Tras casi un año fuera de casa, había vuelto a Ventormenta junto a mis hermanos, para protegerlos y cuidar de ellos, pues ellos habían cuidado de mí durante esta aventura y sin ellos no se hubiera asestado este golpe de justicia en Corona de Hielo.

Toda historia empieza con el final de otra, y esta historia llega a su final. Escribo estas últimas líneas a la luz de unas velas recién compradas y acompañado de una jarra de hidromiel con la certeza de que no serán las últimas que escriba para contar las hazañas del Cónclave de Piedra pues seguro que, como bien acabo de decir, toda historia empieza con el final de otra, esta ha terminado y ahora comienza una nueva etapa para el Cónclave de Piedra, comienza una nueva aventura.

Por: Madarame Tuercaseca

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