
Viaje a Rasganorte

Anoche, junto a Thierry, zarpé una vez más en dirección Rasganorte. Estoy empezando a odiar estos viajes con todo lo que ellos conllevan, no sé muy bien por qué le invité esta vez a venir conmigo, pero lo hecho, hecho está. Esta vez no ha sido muy difícil que nos dejen subir al barco, es más, nadie ha preguntado nada, por lo que nos dirigimos el muelle cuatro y allí nos esperaba el barco. Nos montamos y zarpamos rumbo a Rasganorte otra vez.
Diario de viajes a Rasganorte, entrada 1.ª:

Por fin estamos en Rasganorte, un poco más y me habría vuelto loco en ese barco. Nada más llegar a la fortaleza nos obligaron a apuntarnos a las fuerzas de la Alianza, nunca pensé que la gente tuviese tantas ganar de morir, pero la verdad es que había una cola inmensa de personas esperando para servir.
No fue difícil separarnos del grupo y evitar la deserción que seguro habríamos hecho. Tras varios meses de viaje en barco necesitaba una cama que no se moviese para todos lados y me dirigí a la posada mientras Thierry daba una vuelta para reconocer el terreno.
Era una posada sencilla como otra cualquiera, pero estaba llena de gente de todos los lugares: desde una gnoma que paseaba por todos lados hasta un alto elfo que leía con interés. No hablé con ninguno ni ellos parecieron fijarse en mí, salvo una draenei que me seguía con la mirada todo el rato.
Pregunté al posadero si tenía habitaciones y me dijo que le quedaba un par de literas. Al poco de dejar mis cosas llegó Thierry, hablamos un rato sobre el lugar al que nos dirigimos, La Punta Escarlata, y sobre cómo llegaríamos hasta esta.
Un par de horas después entró una draenei en nuestra habitación, sin duda era la misma que me había estado observando al llegar a la posada. Según ella yo era un miembro del Culto de los Malditos y merecía la muerte. No me pereció buena idea entrar en pelea con ella ya que necesitaba descansar, por lo que le pedí que se explicase. Ella nos llevó a una especie de balcón interior y empezó a contarnos que tenía un objeto llamado el Óculo del Exorcista que le permitía ver quién había realizado la magia negra.

Traté de explicarle que yo era un brujo y que eso no significaba que fuese un cultor, pero ella, con aire de superioridad, me exigió que trajese pruebas o si no que le trajese a los cultores que se hallaban de incógnito por toda la fortaleza. Optamos por coger ese óculo que nos había mostrado antes y buscar aquellos cultores que molestaban.
No tardamos mucho en encontrar al primero: se trataba de un joven encargado de la cocina de la posada.

Se notaba mucho que no encajaba en aquel lugar, y al preguntarle si sabía algo sobre el Culto de los Malditos se puso nervioso y se lanzó a por mí enarbolando el hacha con la que cortaba la carne. Pobre chico, con unos reflejos felinos, Thierry le agarró por el cuello y acto seguido se encontraba en el suelo congelado por completo.
Nuestro siguiente objetivo se encontraba por el muelle, caminando de un lado a otro cerca del agua.

Me acerqué a él. Tenía claros signos de nerviosismo, le pregunté si había visto a alguien sospechoso últimamente, alguna persona que no encajase; sus nervios crecían y crecían y acabó por salir corriendo, o al menos eso intentó. Al igual que antes, Thierry se interpuso en su camino y acabó con él sin miramientos.
El último fue más difícil de encontrar. Estaba en el sótano de la prisión, por suerte a los guardias les importaba bastante poco quién entraba o salía de esta. En un principio pensamos que sería uno de los presos y le peguntamos a unos de los guardias por los presos más recientes. Bajamos a las celdas, pero allí no había nadie.

Parece ser que los cultores ya estaban al tanto de nosotros, nunca pensé que el ejército fuese tan inepto como para dejar que un cultor se uniese a sus filas. Su manejo con la espada dejaba mucho que desear y no fue rival para mí ni para Thierry. Dejamos su cuerpo dentro de una de las celdas y nos marchamos de allí los más rápido posible.
Al llegar a la posada la draenei todavía nos estaba esperando. Le contamos que nos habíamos enfrentado con tres de los cultores y nos agradeció en nombre de La Expedición Denuedo nuestra ayuda. Pero esto no había acabado, todavía seguía pensando que yo era parte del Culto y dijo que no me dejaría en paz si no acabábamos con los sectarios que se escondían en el barco. No me hacía mucha gracia pero pensé que sería un buen momento para probar mi nueva arma y hacerme con un par de fragmentos de alma.
Ya era noche cerrada y no había nadie en la cubierta del barco, pero yo sabía que en el interior de ese barco se estaba llevando a cabo un ritual y era el momento perfecto para irrumpir y acabar con todos. Mientras bajábamos a la bodega, la armadura de Thierry empezó a surgir a su alrededor (tengo que preguntarle cómo hace eso) y nos preparamos para una dura pelea.
Menuda decepción me lleve: se trataba de unos cuantos chicos no mayores que yo que se lanzaron a por nosotros con dagas y hechizos, pero se notaba que no sabían usarlas adecuadamente.

Uno a uno fueron cayendo, y tras acabar con todos, volvimos a la taberna. La draenei nos dejó en paz y pude descansar de una vez.
Diario de viajes a Rasganorte, entrada 2.ª:
Diario de viajes a Rasganorte, entrada 3.ª:

Hoy me levanté temprano, dispuesto a salir de allí lo antes posible, no tenía intención de que nos volviesen a atacar los cultores. Cómo no, Thierry ya estaba despierto, o tal vez no había dormido.
No hablamos demasiado pero noté que parecía más “vivo”, no sé bien cómo explicarlo pero en los últimos días le he visto reírse y no es algo normal en los que son como él.
Terminé de recoger mis cosas y enrollé una de las alfombras de la estancia: ya estábamos listos para salir rumbo a Une’pe.
Nos acercamos a una cala alejada de miradas indiscretas. Todavía no sabía el medio de transporte que utilizaría Thierry pero me lo imaginaba. Mientras yo extendía la alfombra y empezaba a transferirle energía, él sacó un cuerno y lo sopló con ganas. A la vez que la alfombra empezaba a moverse, una sombra parecida a la de un grifo asomó por el horizonte, y momentos después un imponente grifo esquelético se posó en tierra. Ambos nos montamos en nuestros respectivos vehículos y continuamos nuestro camino bordeando la costa.
El viaje fue corto, pero el paisaje era desolador, pues un grupo de Vyrkuls masacraba a los colmillares sin rastro de compasión. Divisé una explanada cerca de Une’pe y pensé que no les agradaría a los colmillares ver un grifo como el de Thierry, así que decidí que lo mejor sería continuar a pie hacia el poblado. En ese momento sentimos a alguien observado pero no le dimos mucha importancia. El paisaje no cambiaba, chozas destrozadas y colmillares nerviosos y heridos, al adentrarnos un poco más mejoró el aspecto pero no el ánimo de los colmillares.
Cerca del amarradero, junto al maestro de grifos, perecía haber una mujer, nos acercamos y descubrimos, por suerte o por desgracia, que se trataba de Bedwyr. Y seguíamos con la misma sensación de ser observados.

Al parecer recibió una carta de la Cruzada Argenta al día siguiente de partir nosotros y cogió un barco a la mañana siguiente. Todos nos sorpendimos, para bien o para mal, de encontrarnos. Ella nos estuvo preguntando sobre lo que nos traía aquí, pero prefería evadir la respuesta. Finalmente tuve que aceptar que nos acompañase, al menos hasta nuestra siguiente parada.
Cuando ya nos disponíamos a marchar, una sombra cruzó el cielo y Gaele descendió en picado, montada en un grifo del color de la nieve y armadura azul; entonces me arrepentí de haberle dicho a Bedwyr que nos acompañase: había venido junto a Bedwyr para ayudarla en su tarea.

Ya los cuatro volvimos a la explanada donde habíamos dejado Thierry y yo nuestras respectivas monturas y alzamos el vuelo rumbo a la Fortaleza de Hibergarde. No se me quitaba la sensación de ser observado.

Esta vez el viaje duró un poco más pero fue algo más ameno al poder conversar con Bedwyr, con la cual se podía mantener una conversación que no tuviese solo monosílabos. Tanto a Gaele como a Bedwyr le inquietaba la situación en la que se podía encontrar la fortaleza al encontrarse tan cerca de la necrópolis de Naxramas, pero eso a mí no me importaba, no pensaba quedarme demasiado allí.
Llegamos ya cuando el sol empezaba a esconderse, nos posamos en la cima de una montaña cercana y observamos si la fortaleza seguía habitable o no. La zona más baja se encontraba en una lucha encarnizada pero la más alta estaba en perfectas condiciones.

Bedwyr, Gaele y yo descendimos en picado, pero Thierry prefirió descender tras una de las torres para esconder su grifo. A nadie pareció importarles la llegada de cuatro personas nuevas y eso fue algo que agradecí. Enrollé la alfombra y entramos en la posada. Cuando las dos paladinas se calentaban en el fuego de la chimenea decidí que era nuestro momento. Subí al piso de arriba alegando que necesitaba descansar y le dije a Thierry que me acompañase, una vez arriba escuchamos un fuerte crujido en el techo, pero pensé que se trataba de la nieve que se acumulaba en este, nos acercamos a la balconada y le pedí a Thierry que llamase a su grifo; al lugar que íbamos no podíamos ir acompañados y mucho menos por dos paladinas.
Extendí la alfombra, Thierry sacó su cuerno y momentos después nos alzábamos en vuelo, pero algo no iba bien. Miré intimidado al imponente draco negro que se erguía en lo alto de la posada y a su jinete, un elfo caballero de sangre. No soy tan estúpido como para enfrentarme a algo así, por lo que opté por salir de allí a toda velocidad.
No tardamos mucho en divisar nuestro objetivo, la Punta Escarlata, la Caverna de la Agonía de Escarcha, pero todavía sentía los rugidos del dragón y eso no podía significar nada bueno.
Descendimos entre los arbustos cercanos al campamento escarlata, pero un guardia vio el grifo de Thierry y se lanzó contra nosotros, y aunque no lo esperábamos nos deshicimos de él sin demasiados problemas.

Mirase a donde mirase podía ver los cadáveres apilados de cientos de necrófagos, los rugidos del dragón sonaban cada ver más cerca, no teníamos tiempo que perder pero no se me ocurría la forma de acabar con los guardias que protegían la entrada a la caverna. Al parecer, Thierry ya había encontrado una solución. Luciendo su armadura se acercó a las pilas de muertos, alzó una de sus manos y esta empezó a despedir algo parecido a rayos que fueron a parar a cada uno de los cadáveres, lo siguiente que vi atormentaría al guerrero más valiente. Un increíble ejército de muertos se alzaba una vez más contra los escarlatas, desmembrando cada parte de su cuerpo para después devorarlos. El caos fue una buena distracción y conseguimos adentrarnos en la caverna sin ser vistos. Esta vez no sonó un rugido, sino dos.
Ajenos a la lucha titánica que se está llevando a cabo entre un dragón negro y otro rojo entramos en la caverna, y lo que sentimos al entrar no se puede describir con palabras, incluso Thierry parecía temer a ese lugar. La belleza de aquel lugar solo era superada por los gritos agónicos de las almas en pena que rondaban por allí. Junto a la roca que una vez encerró a la agonía se encontraba La Venganza de la Luz, el martillo que portó Arthas cuando pertenecía a La Mano de Plata. Pero eso no fue lo que más me extrañó, pues según contaban, para liberar a la agonía, Arthas sacrificó a Muradin, que le había ayudado en su viaje en Rasganorte, y, sin embargo, allí no había cadáver alguno.
No tuve tiempo para preguntarme nada más; un nuevo rugido llamó nuestra atención y pude ver cómo el jinete del dragón negro entraba en la caverna con insultante tranquilidad. Tras él se encontraban Bedwyr y Gaele. ¿Cómo habían encontrado este lugar? Miré atónito al elfo, Cornar, mientras se acercaba. Sabía por qué había venido, le había mandado “él” para que dejase de una vez a mis hermanos. Ojalá le hubiese hecho caso entonces.

Me mantuve firme mientras le exigía a Cornar que se fuese y me dejase en paz, a la vez que Gaele miraba el pedestal de hielo y unía cabos, descubriendo el lugar en el que nos encontrábamos.
Tras una serie de negativas por mi parte, pareció que Cornar perdió la paciencia y se marchó sin mediar palabra. No pude más y me derrumbé. ¿Qué había hecho? Más de un año de esfuerzo, para echarlo ahora todo a perder en un momento. Estaba muerto de miedo y no podía mover ni un solo músculo. Me desmayé.
Cuando desperté estaba otra vez en la Fortaleza de Hibergarde, seguro de que no había sido un sueño y de que tenía que arreglar todo esto. Me levanté y me fui pidiendo a todos que no me acompañasen, pues es posible que no vuelva.

Por: Yusaso Halliwell